jueves, 24 de enero de 2013

Así que ya saben si quieren pasa un buen rato y les gusto lo que leyeron consigan el libro de Doce cuentos peregrinos.

EL RASTRO DE TU SANGRE EN LA NIEVE


Nena Daconte y Billy Sánchez se conocían desde muy pequeños. Siempre se habían movido en los mismos ambientes y sus respectivas familias estaban relacionadas con la alta clase social. En realidad, ellos mismos pertenecían a ella.
Dejaron de verse pues ella se fue interna a un colegio de señoritas en París, donde aprendió, entre otras cosas, cuatro idiomas y a tocar el saxofón, y él, por el contrario no consiguió sacar nada adelante.
Coincidieron después de muchos años un verano en Marbella. Al principio, no se reconocieron pero después ya no se separaban ni un momento.
A los pocos meses, se casaron. Ambos eran muy jóvenes e inexpertos en la vida. A Billy le regalaron sus padres un magnífico coche y a ella los suyos un abrigo de visón.
Después de la ceremonia, cogieron un vuelo que los llevó a Madrid, donde les esperaba personal de su embajada. La esposa del embajador le ofreció un gran ramo de rosas. Al cogerlo, se pinchó con una espina del tallo.
Cuando terminaron el almuerzo ofrecido por el embajador, cogieron el coche camino a París. El viaje no cansaba a Billy, pues todo el tiempo iba disfrutando del maravilloso coche. Nena, por su parte, se ocupó de llevar vendado el dedo anular que no dejaba de sangrar.
Se quedó profundamente dormida y a despertar observó que aquella herida prácticamente diminuta seguía sangrando. Tanto fue así que empezaron a preocuparse y desistieron de buscar una farmacia y ya casi llegando a París fueron a un hospital. Al llegar allí le atendió un médico que sin apenas mediar palabra, se llevó a Nena al interior del mismo.
El hospital sólo permitía visitas los martes, precisamente el mismo día que ingresaron a Nena. Entonces, Billy, en vez de ir a la habitación que tenía reservada en París, se quedó en un hotel un poco cutre que estaba cerca del hospital. Intentó ir los días siguientes del martes, pero no le dejaban entrar a ver a su mujer. Así que se quedó en el hotel esperando a que llegara el martes próximo.
Cuando por fin llegó el martes, Billy fue a ver a Nena, y consiguió ver al médico que le atendió en urgencias la semana pasada. El doctor le explicó que el jueves su mujer falleció desangrada, a pesar de haber sido atendida por los mejores especialistas. Le habían estado buscando de todas las formas posibles. Su mujer, que había estado lúcida hasta el último momento, había facilitado una foto de su marido y la habitación del hotel donde se alojarían en París. Incluso después de haber fallecido, su familia lo estuvo buscando, pero cuando Billy llegó, ya había pasado el funeral y se habían llevado el féretro a su país de origen.
Con todos estos acontecimientos, Billy pasó en una semana de ser un chico irresponsable y frívolo a ser un adulto maduro.

LA LUZ ES COMO EL AGUA


Los niños, Totó y Joel, pidieron un bote de remos a cambio de las buenas notas que habían sacado. Sus padres, para no romper su promesa, se lo compraron. Sin embargo ellos pensaron que para qué querían sus hijos el bote si viven en un piso en Madrid. La respuesta estaba en que los niños aprovechaban la noche en la que sus padres iban al cine para “abrir el chorro de luz” y navegar con el bote en el piso.
Algún tiempo después, pidieron un equipo de buzo y, tras una pequeña objeción de la madre, también les concedieron el regalo. Totó y Joel llenaban la casa con más luz y buceaban. Al final de curso, los niños obtuvieron sendos diplomas de excelencia, por lo que sus padres les dejaron hacer una fiesta en casa con sus amigos. Así que llenaron y llenaron la casa de luz hasta que la gente podía ver desde la calle como salían por las ventanas chorros de luz. Por último, los bomberos entraron en el piso y se quedaron asombrados al ver cómo todo flotaba.

EL VERANO FELIZ DE LA SEÑORA FORBES


Aquel verano en la isla de Pantelaria, cerca de Sicilia, lo recordaré mientras viva. Mi padre era de origen caribeño y sentía una especial atracción por todo lo que tuviera que ver con Europa y sólo a él se le podía ocurrir contratar a una institutriz alemana.
Todo el año lo pasamos mi hermano y yo esperando que llegara el verano.
El primer mes todo fue fantástico: las comidas eran una fiesta, Fulvia Flaminea, que era la cocinera, conseguía esto, entraba canturreando y terminaba sentada en la mesa picoteando con nosotros en todos los platos.
Nosotros acostumbrábamos a hacer excursiones con mi padre y no había horarios ni disciplina.
Por las noches nos íbamos con Oreste a cazar ratas tan grandes como conejos y volvíamos a veces cuando incluso nuestros padres ya estaban acostados. Pero todo cambió cuando mis padres decidieron hacer un crucero por el mar Egeo de cuatro semanas de duración.
La señora Forbes se encargó de cuidarnos durante ese tiempo y para nosotros fue la experiencia más amarga de nuestras vidas.
Yo tenía nueve años y mi hermano dos menos. Era tan estricta que nuca hacíamos las cosas lo suficientemente bien para ella. Nos regalaba o quitaba puntos según nuestro comportamiento y la finalidad era conseguir cincuenta puntos para tener el placer de comer los postres y dulces que ella preparaba y que eran tan exquisitos que jamás en nuestras vidas hemos vuelto a probar otros iguales
Nos obligaba a comer todo, aunque aborreciéramos la comida. La compostura en la mesa y nuestro aspecto debía ser impecable y todas las cosas inimaginables.
Al cabo de los días, nos dimos cuenta que todas esas exigencias que tenía con nosotros no las practicaba ella misma. Cuando creía que dormíamos, se sentaba a ver en televisión las películas de mayores y se bebía el vino que mi padre guardaba para las ocasiones especiales. Se iba a su cuarto y de igual forma cantaba o recitaba poemas que la oíamos gemir hasta el amanecer, pero a las nueve, aun con los ojos hinchados, teníamos que desayunar. Estaba en definitiva empeñada en acostumbrarnos a la rigurosa disciplina alemana.
Mi hermano, que nuca se resignó a todo esto, decidió que lo mejor era matarla. Para ello, pusimos en una botella de vino de mi padre otro líquido que tenía veneno.
Vimos un día la botella por la mitad, pero a la mañana siguiente allí estaba la Sra. Forbes y no parecía enferma.
Otro día observamos como se llevaba el resto de la botella a su dormitorio. A la mañana siguiente no nos despertó a las nueve como de costumbre, y nosotros nos preparamos el desayuno más tarde y nos fuimos a la playa. Estuvimos allí casi todo el día y a la vuelta vimos dos coches de policía, una ambulancia y la casa llena de personas. Entonces nos dimos cuenta de lo que realmente habíamos hecho.
Nos estrechamos la mano y con valor nos acercamos a la casa. Vimos el dormitorio de la Sra. Forbes y a ella tumbada en el suelo sobre un charco de sangre.
Había muerto de veintisiete puñaladas, posiblemente a manos de algún amante, pero parecía que ella las había recibido con pasión, sin un grito ni lamento. Era el precio de su verano feliz.

TRAMONTANA


Comprendí muy bien a aquel chico cuando decía que no quería que los suecos se lo llevaran a Cadaqués. Allí llegaría la tramontana. Cuando fui a aquel pueblo tan encantador, la pude sentir antes de que llegara. Sí, la tramontana era un viento muy fuerte y temido por los habitantes de Cadaqués. Durante aquellos días, el portero de nuestro edificio, venía todos los días a vernos y a traernos comida. Incluso un día nos salvó la vida. Al fin la tramontana se fue, pero dejando a su paso como víctima a nuestro querido portero. Parecía que todo volvía a la normalidad y la gente intentaba recomponerse del terrible temporal. Nosotros escuchamos el desenlace del chico que había sido acosado por los suecos: se había tirado del camión en el que lo llevaban a Cadaqués, el lugar al que nunca volveré.

DIECISIETE PRESIDENTES ENVENENADOS


La señora Prudencia Linero venía de Buenos Aires a ver al Papa a Roma. Al desembarcar en Nápoles, esperaba al cónsul, que era amigo de su hijo mayor y debía recogerla en el puerto. Como no llegaba, cogió un taxi y se fue al hotel más decente de Nápoles. Allí la intentaron hospedar en el tercer piso, pero ella no quiso porque había visto a diecisiete turistas ingleses que no le habían gustado. Así que se hospedó en el quinto, que no tenía comedor. Su habitación era el único sitio donde podía llorar tranquila la muerte de su marido, ya que en esta ocasión no tenía a las dos clarisas que la acompañaban en el barco.
Por la noche comió con un cura yugoslavo, con el que mantuvo una interesante conversación. Al salir a la calle y al ver el ambiente que había, volvió al hotel. Allí vio a los diecisiete ingleses, que habían muerto por envenenamiento de las ostras. Si hubiese escogido el piso con comedor, le habría pasado lo mismo que a ellos.

MARIA DOS PRAZERES


María dos Prazeres había tenido un sueño premonitorio en el que vio que en breve la muerte le llegaría. Así que decidió llamar a una agencia funeraria para que le prepararan un entierro digno. Ella estuvo ultimando los detalles de su funeral, incluyendo un amaestramiento de su perro para que fuera a llorarle a su tumba.
A menudo, un amigo suyo, el conde de Cardona, iba a visitarla. En una de esas visitas, estuvieron hablando de la relación que había entre ellos. Poco antes de que el conde se fuera, escucharon en la radio que Franco se haría cargo de tres terroristas. El conde dijo que Franco haría justicia y los fusilaría. María dos Prazeres se enfadó y nuca más volvieron a verse.
Un día que María salía del cementerio, había una increíble tormenta y no tenía quien llevarla. Por fin, encontró un taxista que se prestó a hacerlo. Cuando llegó a su casa, sintió pánico en las escaleras, ya que todo estaba muy oscuro. Entonces, comprendió que se había equivocado en la interpretación de su sueño, aunque había merecido la pena esperar todo ese tiempo para vivir ese momento.