jueves, 24 de enero de 2013

EL VERANO FELIZ DE LA SEÑORA FORBES


Aquel verano en la isla de Pantelaria, cerca de Sicilia, lo recordaré mientras viva. Mi padre era de origen caribeño y sentía una especial atracción por todo lo que tuviera que ver con Europa y sólo a él se le podía ocurrir contratar a una institutriz alemana.
Todo el año lo pasamos mi hermano y yo esperando que llegara el verano.
El primer mes todo fue fantástico: las comidas eran una fiesta, Fulvia Flaminea, que era la cocinera, conseguía esto, entraba canturreando y terminaba sentada en la mesa picoteando con nosotros en todos los platos.
Nosotros acostumbrábamos a hacer excursiones con mi padre y no había horarios ni disciplina.
Por las noches nos íbamos con Oreste a cazar ratas tan grandes como conejos y volvíamos a veces cuando incluso nuestros padres ya estaban acostados. Pero todo cambió cuando mis padres decidieron hacer un crucero por el mar Egeo de cuatro semanas de duración.
La señora Forbes se encargó de cuidarnos durante ese tiempo y para nosotros fue la experiencia más amarga de nuestras vidas.
Yo tenía nueve años y mi hermano dos menos. Era tan estricta que nuca hacíamos las cosas lo suficientemente bien para ella. Nos regalaba o quitaba puntos según nuestro comportamiento y la finalidad era conseguir cincuenta puntos para tener el placer de comer los postres y dulces que ella preparaba y que eran tan exquisitos que jamás en nuestras vidas hemos vuelto a probar otros iguales
Nos obligaba a comer todo, aunque aborreciéramos la comida. La compostura en la mesa y nuestro aspecto debía ser impecable y todas las cosas inimaginables.
Al cabo de los días, nos dimos cuenta que todas esas exigencias que tenía con nosotros no las practicaba ella misma. Cuando creía que dormíamos, se sentaba a ver en televisión las películas de mayores y se bebía el vino que mi padre guardaba para las ocasiones especiales. Se iba a su cuarto y de igual forma cantaba o recitaba poemas que la oíamos gemir hasta el amanecer, pero a las nueve, aun con los ojos hinchados, teníamos que desayunar. Estaba en definitiva empeñada en acostumbrarnos a la rigurosa disciplina alemana.
Mi hermano, que nuca se resignó a todo esto, decidió que lo mejor era matarla. Para ello, pusimos en una botella de vino de mi padre otro líquido que tenía veneno.
Vimos un día la botella por la mitad, pero a la mañana siguiente allí estaba la Sra. Forbes y no parecía enferma.
Otro día observamos como se llevaba el resto de la botella a su dormitorio. A la mañana siguiente no nos despertó a las nueve como de costumbre, y nosotros nos preparamos el desayuno más tarde y nos fuimos a la playa. Estuvimos allí casi todo el día y a la vuelta vimos dos coches de policía, una ambulancia y la casa llena de personas. Entonces nos dimos cuenta de lo que realmente habíamos hecho.
Nos estrechamos la mano y con valor nos acercamos a la casa. Vimos el dormitorio de la Sra. Forbes y a ella tumbada en el suelo sobre un charco de sangre.
Había muerto de veintisiete puñaladas, posiblemente a manos de algún amante, pero parecía que ella las había recibido con pasión, sin un grito ni lamento. Era el precio de su verano feliz.

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