jueves, 24 de enero de 2013

ESPANTOS DE AGOSTO


Aquel día íbamos a almorzar al castillo de Miguel Otero Silva. Por el camino, una pastora nos advirtió que no nos quedáramos a dormir, ya que, según ella, en esa casa espantan. No le hicimos mucho caso y seguimos nuestro camino. Ya allí, Miguel nos enseñó todo el castillo, incluyendo la habitación de un tal Ludovico, que era el que construyó el castillo. Ésta era un tanto tenebrosa; por eso nos llamó más la atención.
Por la noche, los niños insistieron en quedarnos a dormir y no nos pudimos negar. Todo parecía ir bien hasta el momento en que me desperté. Entonces me acordé de lo que nos dijo la pastora y de que la noche anterior nos habíamos acostado en la planta baja y que ahora estaban ¡en la cama de Ludovico, que estaba empapada de sangre!

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