jueves, 24 de enero de 2013

DIECISIETE PRESIDENTES ENVENENADOS


La señora Prudencia Linero venía de Buenos Aires a ver al Papa a Roma. Al desembarcar en Nápoles, esperaba al cónsul, que era amigo de su hijo mayor y debía recogerla en el puerto. Como no llegaba, cogió un taxi y se fue al hotel más decente de Nápoles. Allí la intentaron hospedar en el tercer piso, pero ella no quiso porque había visto a diecisiete turistas ingleses que no le habían gustado. Así que se hospedó en el quinto, que no tenía comedor. Su habitación era el único sitio donde podía llorar tranquila la muerte de su marido, ya que en esta ocasión no tenía a las dos clarisas que la acompañaban en el barco.
Por la noche comió con un cura yugoslavo, con el que mantuvo una interesante conversación. Al salir a la calle y al ver el ambiente que había, volvió al hotel. Allí vio a los diecisiete ingleses, que habían muerto por envenenamiento de las ostras. Si hubiese escogido el piso con comedor, le habría pasado lo mismo que a ellos.

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